El frío, los Dementores y el jugo de lechosa
Siempre tengo frío. Incluso, cuando caminaba entre las cálidas calles de Caracas, siempre tenía frío. Algunos de mis amigos bromean al decir, que tengo algún desperfecto con mi termostato. Comienzo a creer que es así.
No importa cuántas capas de ropa me ponga. No tiene nada que ver si es verano o invierno, todo el tiempo siento frío. Pero es ahora, rozando los 10 grados, cuando descubro que existe algo más en el mundo con lo que no puedo convivir.
Y yo que pensaba ampliar mis estudios en algún pueblo aislado de Seattle. El frío me parece -sin exagerar- como los Dementores de la saga Harry Potter. Es como si se alojara en los huesos, en la piel y en el espíritu. Es como si me absorbiera las energías y las ganas. No quiero salir de la casa durante todo el día. Ni siquiera me provoca salir de la cama. Todas las mañanas, despierto enrollada entre las sábanas como si fuese una oruga a punto de ser mariposa.
Este clima da depresión. Ahora entiendo por qué dicen que hay gente en Europa que no se baña. No los culpo. Quitarse una pieza de ropa es mérito de valentía y determinación. Yo espero el momento más caliente del día o el que por lo menos, aparente ser.
La gente se ríe de mi. Me advierten que apenas empieza lo peor. De diez grados podría llegar a cero. Eso me quita el sueño y me hace comprar compulsivamente cuánto suéter veo en cada vitrina. Mientras tanto, pienso que mi sueño de ir a New York puede tener algunos ajustes de planes. Podría buscar qué cosas divertidas hay para hacer en esa hermosa ciudad -definitivamente- cuando llegue el verano. Del sobretodo y las botas de tacón alto, ya veremos.
Fotografía: Heide Benser
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